
El temor al ejercicio de la libertad personal es un hecho más corriente de lo que ordinariamente se piensa. Sartre habló de la criatura humana como “condenada a ser libre”, lo que suena a paradoja, pero cuando explica que está “abocada a tomar decisiones”, cobra uno conciencia de lo penoso que es decidir, aun en temas triviales, y mucho más cuando lo que está en juego es el sentido de la existencia. El asunto está admirablemente tratado en un hermoso e inquietante libro de Erich Fromm El miedo a la libertad.
Pero hay un precedente ilustre, tal vez menos conocido, salvo en los refinados círculos de las élites escolares: se trata de un texto breve y lúcido escrito en el siglo XVI, por Étienne de La Boétie un poeta y prosista contemporáneo de Montaigne y amigo de los poetas más brillantes de La Pléyade.
Lo que sostiene La Boétie, en síntesis, es que hay personas que sólo son capaces de usar su libertad para enajenarla, y que los tiranos se regodean adiestrando a sus súbditos para que lo hagan. Cultivan en su pueblo la mentalidad de esclavos para que la claudicación de la autonomía resulte gozosa y no dramática. Oigámoslo: “Es lastimoso oír hablar de cuantas cosas los tiranos del tiempo pasado utilizaban en su provecho para asegurar su tiranía; de cuántos pequeños medios se servían grandemente, habiendo encontrado el pueblo hecho a su modo; al cual no sabrían tanto tirar de la brida como él mismo se dejaba llevar, y al cual han tenido siempre tantas buenas mañas para engañarlo que nunca lo sujetaban tanto como cuando se burlaban más de él”.
Los autócratas modernos son, mucha agua ha corrido bajo el puente, más refinados en su método. Convencen al pueblo de que son meros ejecutores de su voluntad, cuando ésta ha sido sutilmente moldeada por el gobernante, según sus propósitos, en un despliegue tan desbordado como ficticio de respeto al querer popular, que concluye en el desconocimiento de las reglas institucionales diseñadas precisamente para resguardar a la democracia de la demagogia. El “Estado de opinión” se sustituye entonces al Estado de derecho.
Pero esa pedagogía perversa cobra su precio: como en un juego de espejos, el pueblo devuelve al gobernante las virtudes que éste se ha empeñado en inculcarle. Es cuando el autócrata encubierto no sabe hacer con la soberanía otra cosa que enajenarla. Ejemplos patéticos recientes ilustran lo dicho, de manera concluyente. ¿No encuentran los lectores alguna analogía con la cesión de bases militares en territorio colombiano, al ejército de los Estados Unidos?
Porque hay quienes aplauden esa decisión de nuestro Presidente.
Pero esa pedagogía perversa cobra su precio: como en un juego de espejos, el pueblo devuelve al gobernante las virtudes que éste se ha empeñado en inculcarle. Es cuando el autócrata encubierto no sabe hacer con la soberanía otra cosa que enajenarla. Ejemplos patéticos recientes ilustran lo dicho, de manera concluyente. ¿No encuentran los lectores alguna analogía con la cesión de bases militares en territorio colombiano, al ejército de los Estados Unidos?
Porque hay quienes aplauden esa decisión de nuestro Presidente.
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